miércoles, 7 de mayo de 2008

Alegoría de la caverna y su aplicación en la actualidad (Primera parte: Planteamiento)

Tras las últimas noticias de horrores de la mano del hombre, como la del "monstruo de Amstetten", se me vino a la mente la alegoría o mito de la caverna de Platón. Me explico:


El caso en cuestión es el de un ciudadano austriaco que tras abusar de su hija de once años hasta que esta cumplió los dieciocho, decidió encerrarla para evitar represalias alcanzada una conciencia psicológica que llevaría a la rebelión. Encerrando a su hija en el sótano de su propia casa, y alegando que esta había ingresado en una secta, el "monstruo" podía seguir abusando de ella indefinidamente. Como es de imaginar, estas violaciones se tradujeron en embarazos, y finalmente (no voy a extenderme en más detalles) convivían en el zulo él, su hija, y sus tres hijos-nietos de cinco, dieciocho y diecinueve años que NUNCA habían salido al exterior, y las únicas imagénes que poseen del mismo son las proporcionadas por un televisor instalado en el zulo.


Además de las preguntas que sugiere este suceso, como si es posible que un individuo alcance los 19 años de edad en condiciones de salud sin ver la luz del sol, evoca en mi mente la famosa alegoría de la caverna de Platón.


Según este mito, que es casi una parábola sobre lo real y lo aparente, se plantea el siguiente escenario:


Una serie de individuos (llamémosles presos) se encuentran fuertemente encadenados a un muro dentro de una caverna oscura, y no pueden liberarse de ninguna forma. En frente, sólo tienen la pared de la cueva. Detrás de ellos, a un nivel por encima de sus cabezas, existe una hoguera siempre encendida, cuyo fuego es la única fuente de luz dentro de la caverna. Detrás del muro al que están encadenados, se encuentran la salida de la cueva y el resto de personas y cosas del "mundo exterior". Estas personas "libres", van colocando figuritas, vasos, estatuas y otros objetos sobre el muro, fuera de la vista de los presos, que sólo pueden contemplar las sombras que se proyectan en la pared que tienen delante, por la luz de la hoguera.



Los presos nacen, crecen, y viven toda su vida encadenados al muro, sin tener otra visión del mundo que la proporcionada por las sombras que proyectan los objetos colocados por la gente del exterior. No saben lo que es el color, ni la naturaleza, ni las propias personas, pues sólo ven esas sombras durante toda su vida.

Supongamos que uno de los presos consigue zafarse de sus cadenas y pasar al otro lado del muro.
Al principio, tendría un inmenso miedo de siquiera aventurarse a asomarse al otro lado, suponiendo que se arma de valor y escapa, la luz de la hoguera le cegaría, pues sus ojos sólo están acostumbrados a la oscuridad, y la tenue penumbra que rodea las sombras de la pared de la cueva. El mero dolor de sus ojos podría llevarlo a regresar con los presos. Si continuara, vería las figuritas como en realidad son, y entendería que hasta ahora lo que había estado viendo no era más que sus sombras. Podría percibir desde el lado libre los detalles que una sombra no proporciona. También vería a las personas libres que colocan las figuritas, y las miraría asustado y asombrado, considerándolas como dioses, que proporcionan a los presos su única idea de realidad.

Si aún así se atreviera a salir de la cueva, la luz del sol provocaría aún más dolor en sus ojos, pues la luz del día es mucho más intensa que la de la hoguera. Cegado y aturdido, continuaría contemplando los árboles, los animales, y la vida de las personas fuera de la cueva.

Ante todos estos cambios, el preso liberto podría tener un sentimiento de resignación o de incredulidad. Es decir, podría recibir tal impacto del mundo "real", que considerara a este ficticio y dañino, y volviera al lado oscuro del muro a ver las sombras, que le son mucho más familiares, y eran hasta ahora su "realidad". Asimismo, si volviera a contar a los demás presos lo que ocurre al otro lado del muro, y a avisarles de lo que ellos ven no es más que un turbio reflejo de lo que existe fuera, seguramente los presos no le creerían, y se aferrarían a sus "creencias", es decir, a que la única verdad es lo que ellos ven y han visto siempre, las sombras de la cueva. El preso liberado sería rechazado por los demás, y si decidiera volver al exterior a cambiar de vida, sería un proceso duro:

Aún sus ojos no están acostumbrados a la luz del sol, y espera pacientemente la noche. Con el paso de los días y su adaptación al "nuevo mundo", se da cuenta que el Sol juega ahora el papel de la hoguera, mostrando las cosas y colores por el día, y ocultándolas bajo la oscuridad con su ausencia de noche.

Además, si volviera en alguna ocasión de nuevo al lado oscuro de la caverna, le sería casi imposible volver a distinguir las sombras, pues sus ojos están ahora habituados a la luz, y entre tanta oscuridad sus sentidos están atenuados.

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